Por suerte, pocos de
nosotros hemos tenido que sufrir el ser arrancados de nuestra tierra como
consecuencia de una guerra y el tener que adaptarnos a una realidad distinta en
el más absoluto desamparo. Philippe Claudel aborda el drama del exilio en una
novela corta, tierna y profundamente emotiva que no se puede dejar pasar.
Buena parte de su carrera
profesional la ha dedicado a escribir guiones de cine y televisión y se nota. Claudel
escribe con pinceladas cortas, impresionistas, esbozando una realidad que el
lector va construyendo al imaginarse las escenas que la historia recrea.
El lenguaje es sencillo, el
ritmo rápido y en tan solo una tarde podemos sumergirnos en un problema
humanitario demasiado arraigado en el mundo que hemos construido: el exilio. El
señor Linh se ve obligado a salir de su país a causa de una guerra en la que ha
perdido todos sus referentes vitales.
En el barco en el que viaja,
le acompaña el único tesoro que ha podido conservar: su nieta, Sang Diu. Sus
padres murieron en la contienda y ahora es él el responsable de buscarle un
futuro, algo que le da la fuerza necesaria para seguir adelante. El destino es
Francia, un mundo completamente ajeno a la realidad del anciano, que no
comprende y en el que la soledad, la impersonalidad y el color gris le abruman.
Alojado en un hospicio que comparte con otros exiliados con los que apenas
habla, su único respiro son los paseos que da por las calles de la ciudad.
Un día conoce al señor
Bark, un francés que vive en su tierra tan desesperanzado y solo como nuestro
anciano. A pesar de que no comprenden ni una palabra de lo que dice el otro,
los dos hombres se consuelan y mutuamente. La necesidad de cariño y comprensión
que tenemos los seres humanos atraviesa las fronteras y obvia las nacionalidades.
Linh y Bark construyen una profunda amistad y nos arrastran hacia un final inesperado.
En esta historia, el sabor
agridulce es una constante, gracias a la coherencia con la que están trazadas
las figuras de sus personajes, o la naturalidad con la que fluyen sus
sentimientos a lo largo de las páginas: las humillaciones, la soledad y las
miradas extrañas que sufre el señor Linh contrastan con el apoyo y la complicidad
que le ofrece su amigo Bark. El señor Linh lucha por encontrar su propia identidad
en un contexto ajeno y una pequeña esperanza aparece al final del camino.
En tan solo 126 páginas se
entrelazan sentimientos como el amor, la soledad, el desarraigo, la añoranza y
la ilusión, todos en la medida justa para no dejar de leer esta historia hasta
llegar al final y comprobar cómo es verdad el dicho de que la amistad mueve
montañas.